Catherine Siachoque y Miguel Varoni cuentan cómo mantienen el fuego en su relación
Son la pareja que mejor representa el amor, en un medio que se burla cada vez más de esa palabra y la usa solo para mojar prensa.
Catherine Siachoque y Miguel Varoni.
Como lo dictan las buenas costumbres, empecemos por ella, que es candela. Ahora (si es hombre) piense en Catherine paseándose por la cocina de su casa, con un derroche de coquetería, cocinando su plato favorito mientras usted espera sentado en un gran y cómodo sillón viendo un partido de fútbol. Para esta mujer, en ese momento su única preocupación es hacerlo feliz, enamorarlo cada vez más.
Ahora bájese de aquel sueño, porque el espacio del hombre ya está reservado: "Si a mí me dicen 'la llama Spielberg y se tiene que ir un año', y eso interfiere entre nosotros, pues tendría que decir que no. A mí no me importa. Para mí lo más importante de mi vida es él y darle lo mejor de mí". Eso lo dice mientras suspira pensando en Miguel Varoni, como si añorara su presencia, aunque, para ser honestos, lo tuvo cerca... muy pero muy cerca, tanto que nos puso a sudar... cinco minutos antes, mientras posaba para las fotos de la revista: "Eso es lo que le pido a Dios, que tengamos necesidad el uno del otro. Hago todo lo posible para que ese hombre que se fue a trabajar en la mañana tenga ganas de dormir esta noche conmigo, que si no estoy se desespere".
Y ella sabe muy bien cómo hacerlo desesperar, cómo provocarlo, como tenerlo ahí respirándole en su cuello, adicto, listo para no desaprovechar sus insinuaciones. Es una conexión tan cercana que incluso podría abochornar al más liberal. Es más, durante las fotos con elenco más de uno bajó la cabeza cuando ellos, en aquel juego que conocen muy bien, iniciaban sus travesuras de caricias y coqueteos.
Catherine, como un termómetro, sabe calcular muy bien la temperatura ¡y también ponerle freno! Por eso rechaza categóricamente las versiones que hablan de su supuesta preocupación por la cercanía de Sara Corrales y su esposo, ahora que graban juntos Ojo por ojo, el dramatizado de 'Telemundo': "No lo cuido de las otras, las otras me importan cinco, a mí el que me importa es mi marido y lo cuido es a él consintiéndolo, amándolo. Ahora que les dio por decir que yo vine a cuidarlo, yo a él lo cuido y lo he cuidado todos los días de mi vida".
Con los años, ella ha ido descubriendo su temperatura máxima. Esa que ha hecho que revistas como 'People' la pongan en el top de las mejor vestidas, cada vez que llega arrasando a una entrega de premios. Esa que hace que las cámaras la persigan desesperadas para tener un plano de sus curvas.
Es esa misma experiencia la que le ha enseñado a capotear los coqueteos de los optimistas que intentan pasarse de la raya: "Para una mujer es mucho más fácil, porque a uno le hacen la llegadita y se dan cuenta facilito de que uno no responde. Si uno abre la puerta se mete todo el mundo".
Y ese bagaje es el que le permite dejar que Miguel haga lo suyo, que tenga sus libertades: "Yo lo consiento en la casa y lo cuido mientras está en la casa, pero una vez sale... Es como el niño que se va al colegio, la mamá no puede andar detrás de él en el salón de clase; yo no puedo andar detrás de Miguel". Es Miguel el que anda detrás de ella. La busca, la olfatea, tiene un radar que identifica cada uno de sus gestos: "Catherine me maneja, maneja la familia como le da la gana. Por su inteligencia me atrapa de una manera deliciosa, porque creo que la inteligencia está en atraparlo a uno sin que uno sienta que lo están atrapando".
Y Varoni está tan atrapado que incluso se atreve a hablar con tranquilidad -y de frente- de sus años mozos, esos en los que tenía fama de 'perro': "Cuando nos conocimos fue en Las Juanas y en el elenco, en la producción, nadie daba un peso por nuestra relación y ya llevamos 14 años casados. El amor y las relaciones de pareja están ligados al kilometraje. Cuando uno llega con kilometraje, está más estable".
Mientras Catherine defiende su espíritu machista, él, con resignación y orgullo, se declara perdido y se ratifica en el feminismo. Tanto que se despoja de cualquier aire de macho cabrío para hablar de la posibilidad de adoptar, pues más allá de la idea patriarcal de engendrar piensa en el acto de amor que significa formar a un ser humano: "Tengo muchos amigos que han hecho procesos de adopción y es un proceso increíble, se le antoja a uno, es un acto de amor precioso".
Las cosas también han cambiado para el hombre que inmortalizó a 'Pedro el escamoso', pues su carrera lo ha llevado a convertirse, además de actor, en creativo e incluso director de televisión para la cadena 'Telemundo'. Y como el destino no tiene reglas, ha tenido, además, que estar dirigiendo a su propia esposa: "Al principio se puso sensible, porque era más cariñoso con los demás que con ella. No lo hacía a propósito.
Es un mecanismo de protección para que no se crea que soy condescendiente por ser ella. Esa medida hay que encontrarla como todo en la vida". Pero la vida también le ha cambiado, sobre todo ahora que su madre, la inolvidable Teresa Gutiérrez, no está: "Estoy más tranquilo, pero vienen unas fechas que son importantes y serán difíciles. Viene el 25 de octubre, que es el cumpleaños de mi mamá, se está acercando, lo veo en el calendario y sé que va a ser un día triste para mí. Soy consciente de que llegará la primera Navidad sin ella. Pensar, hablarlo solamente, hace que se me haga un nudo en la garganta".
Pero Miguel se contiene, lo hace para transmitirle fortaleza a Catherine, quien no siente que perdió a su suegra sino a su segunda mamá: "Mi suegra se salió con la suya, hizo todo lo que le dio la gana. Murió incluso como lo tenía pensado, sin estar enferma. Ella estaba acostada en la cama, con su nieta favorita (Majida Issa) y dijo las palabras que ya todo el mundo sabe: 'Qué vejez tan hijue...'. Murió tranquila". Pero la tranquilidad de haberla consentido hasta el final los calma. Como doña Teresa les había dicho: 'Arranquen porque el show continúa', y ellos no quieren perdérselo.
A eso vinieron, a protagonizarlo, a llevarse los aplausos. Miguel y Catherine han aprendido a llegar juntos cada vez que encienden las luces, como una gran unidad, como dos pedazos de hierro fundidos por el fuego ¡Y de ese sí que tienen! Como un elemento de esos que los años en vez de resquebrajar, termina aferrando cada vez más, y que a pesar de las tentaciones prefieren quedarse sumergidos en sus propios placeres.
RONALD MAYORCA
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